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¿Sufrir para ser felices?


sufrir para ser felices

"El sufrimiento no ennoblece el carácter, la felicidad, sí. El sufrimiento nos hace mezquinos y vengativos”

W. SOMERSET MAUGHAM, La luna y sixpence, 1919


Todos tenemos un límite para las desgracias que podemos soportar. La creencia de que el sufrimiento nos hace más fuertes e, incluso, nos premia con la felicidad, no tiene fundamento ninguno.


En muchas culturas es aceptada la idea de que el sufrimiento implica un premio: “No hay mal que por bien no venga”. De hecho, la mayoría de las religiones, alimentan la idea de que un mundo lleno de dolor y desdicha es, precisamente, la estación de paso hacia un feliz más allá: “Hemos venido a este mundo a sufrir”.


Todos tenemos un límite para las desgracias que podemos soportar. La creencia de que el sufrimiento nos hace más fuertes e, incluso, nos premia con la felicidad, no tiene fundamento ninguno.


La religión católica predica que la vida “es un valle de lágrimas” y que sufrir nos redime y asegura la gloria eterna. Por su parte Mahoma creador del islam definió el martirio y el sacrificio como los únicos caminos para llegar al cielo.


Estas creencias, en su intento por ayudar a las personas indefensas a resignarse, han avalado durante siglos el sacrificio y el dolor como medios para alcanzar el cielo y la paz total.


Hasta los cuentos infantiles más populares como la Cenicienta o el Patito feo provocan en los niños esta misma reacción dado que sus protagonistas tuvieron que sufrir innumerables calamidades para alcanzar la felicidad.


Sin embargo, sufrir no es una condición necesaria para mejorar a las personas o para dotar de un significado relevante a la vida. La realidad es que sufres nos hace más vulnerables al sufrimiento.


Nuestra capacidad de encajar calamidades sin perder el equilibrio emocional no es ilimitada. Es comprensible que la sensación de haber vencido obstáculos para nuestra felicidad constituya una inyección de confianza.


Una cosa es sufrir y otra resistir el sufrimiento. Esta distinción es imprescindible porque el crecimiento postraumático no es fruto del sufrimiento en sí, sino de la ardua lucha por vencerlo.


Pero la verdad es que, en mi práctica clínica, he podido comprobar que casi todas las personas víctimas de infortunios, que descubrieron cualidades nuevas como resultado de su traumática experiencia, no dudarían ni un segundo en devolver esas cualidades a cambio de no haber sufrido lo que sufrieron y de recobrar lo que perdieron.


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