El acoso moral: La violencia perversa
La posibilidad de destruir al otro sólo con palabras, miradas o insinuaciones, es a lo que llamamos "violencia perversa".
A lo largo de nuestras vidas, mantenemos relaciones estimulantes que nos llevan a dar lo mejor de nosotros mismos pero, también, mantenemos otras que nos desgastan de manera abrumadora y acaban por destrozarnos. A través de un proceso de maltrato psicológico, un individuo, puede hacer pedazos a otro.
La perversión fascina, seduce y da miedo. En cierto modo, envidiamos a los individuos perversos porque les vemos como paradigma de un estatus superior, que les permite siempre ser ganadores. Efectivamente, saben manipular con gran naturalidad y maestría y, así las cosas, es mejor estar con ellos que contra ellos. Es, sin lugar a dudas, la ley del más fuerte. Aquel que socialmente es más admirado es aquel que sabe disfrutar más y sufrir menos. Y, además, solemos prestar poca o ninguna atención a sus víctimas, que pasan por débiles y, con la excusa de no cercenar la libertad del otro, se ven conducidas a no percibir situaciones de peligro graves. De ahí nace la "indefensión aprendida".
Actualmente nos toca vivir en una época que rechaza normas. Nombrar la "manipulación perversa" supone un límite, lo que se identifica con la voluntad de censurar.
Los propios psiquiatras dudan a la hora de nombrar la perversión y sólo lo hacen, en ocasiones, para mostrar su curiosidad ante la habilidad del manipulador. Algunos de estos profesionales de la salud mental, siguen discutiendo sobre el concepto de "perversión moral" y tienden a hablar, preferiblemente, de "psicopatía", un vasto desván donde acumular todo aquello que no saben curar
La perversidad no deviene de un trastorno psiquiátrico sino de una fría racionalidad, que se combina con un alto grado de incapacidad de considerar a los demás como seres humanos.
En mi práctica profesional, primero como letrada y en la actualidad como terapeuta, me he visto obligada a entender, de igual manera, el sufrimiento de las víctimas así como su incapacidad para defenderse (volvemos a la indefensión aprendida).
No se trata, en este breve escrito, de procesar a los perversos - lo cual saben hacer muy bien por si solos - sino de tener en cuenta su peligrosidad, con la finalidad de que sus víctimas presentes y futuras logren identificarles y puedan defenderse mejor.