Autocontrol
La capacidad de frenar conscientemente los impulsos, o de retrasar voluntariamente la gratificación de ir más allá de la situación inmediata mientras perseguimos un determinado objetivo, es una función ejecutiva fundamental de los seres humanos.
Posponer una gratificación inmediata de cosas seguras por el afán de obtener en un futuro otras mejores, pero inciertas, no es cosa fácil. El viejo refrán: " Más vale pájaro en mano que ciento volando" está muy gastado en nuestra cultura popular, pero no muchas veces es conveniente ni aconsejable.
La función ejecutiva de autocontrol requiere dos cosas básicas: motivación y fuerza de voluntad.
Llevar las riendas de nuestros impulsos consume bastante energía, de ahí que haya personas que pronto cedan y se dejen llevar por los acontecimientos. Todos conocemos personas pasivas, indiferentes o que prefieren dejar pasar las cosas sin plantearse ni pelearse. Unos optan por ahorrar energía, otros están "quemados", y no pueden llevar a cabo funciones ejecutivas. El nivel de energía mental se debilita por diversas razones. Por ejemplo, el dolor, el hambre o los estados depresivos. Nadie mejor que los depresivos para saber lo que cuesta levantarse por las mañanas. Los sentimientos de frustración, de rabia o de soledad también interfieren en la capacidad de regularnos.
Nuestras funciones ejecutivas configuran una parte muy importante de nuestra identidad particular. Pero estas funciones pueden ser inutilizadas por una amplia gama de aflicciones. Daños cerebrales. Ciertos trastornos de personalidad y de conducta, los estados de ansiedad, los diferentes estados de ánimo o problemas de atención y de hiperactividad también las debilitan. Igualmente, la ingesta de de alcohol y otras drogas que desinhiben puede interrumpir la introspección y desconectar las facultades encargadas de proteger la voluntad y dirigir racionalmente el comportamiento.
La habilidad para dirigir y regular las propias acciones también se daña en personas que están bajo la influencia de determinados grupos radicales o bandas incontroladas. Cuanto más se diluye la función ejecutiva en una colectividad incontrolada, más altas son las posibilidades de perder el raciocinio y la capacidad de ponerse en las circunstancias de los otros. Por eso tantas personas en grupo llegan a perder la cabeza y a cometer auténticas atrocidades que individualmente serían incapaces de realizar.